sábado, 31 de mayo de 2014

Helada

Una breve leyendo sobre las auroras boreales, espero que les guste.

HELADA


Había una vez, en un rincón austral de Chile, una pequeña aldea llamada “Cité de Dieu”, donde los intensos colores vivían en todos los rincones de las casas, e incluso en la personalidad de las personas. El inmenso cielo fulgurante amparaba al eterno bullicio alegre de la gente, que a veces, de tanto reír, lloraba. Era entonces la única oportunidad donde el pueblo conocía las lagrimas.
De todas las personas que vivían ahí, había una conciudadana que sobresaltaba con su gran altruismo, cariño y humildad. Tenía los ojos tanto como el pelo de un color rojo tan intenso que podía alumbrar la noche más oscura. Su nombre era Bonté, y aparte de tan buena mujer ser, también era la encargada de ordenar la pequeña aldea. Ella  trabajaba arduamente para que los demás conciudadanos no dejaran de ser alegres.
Fue a principio del Equinoccio de primavera cuando ocurrió el hecho inaudito. Un hombre llegó al lugar con paso lento y furtivo, y con tanta vocinglería en el pueblo, nadie se percató de su presencia. Se sorprendió con la pequeña multitud y decidió pasar el día en el pueblo. En la noche, cuando solamente los crespos hermosos de la gran mujer radiaban en la oscuridad y su melódico canto apaciguaba a la gente, Bonté empezó a contar una antigua historia, que hablaba de hermosos paraísos y grandes héroes. El extranjero quedó fascinado con la belleza de la mujer, debía de ser la fémina más bella que había visto en toda su vida. Mientras todos escuchaban la historia con los ojos cerrados, imaginándose vívidamente todo los sucesos que ocurrían, el forastero tenía los ojos bien abiertos y su mente cerrada, porque solo le interesaba ver a Bonté. Cuando la multitud se fue a dormir, el hombre aprovechó el momento para hablar con Bonté: “Mi nombre es Luxure, ¿cuál es el tuyo?” dijo el hombre, la mujer lo miró con su usual mirada de bondad y le respondió: “Bonté”, luego hubo un minuto de silencio en que al hombre no se le ocurrió nada que decir, y entonces la mujer lo invitó a que la acompañara en el camino a casa. El hombre aceptó cortésmente pero mantuvo su boca y su oídos cerrados durante todo el trayecto, no le importaba lo que tuviera que decir, solamente le importaba su belleza. En el momento que llegaron a la casa de la mujer, esta invitó un rato al hombre a sentarse frente el fuego y charlar un rato. La mujer habló sin fin, el hombre no respondía a los mensajes, pero aun así la conversación seguía, y solamente luego de mucho rato de que las palabras salieran de la boca de Bonté, Luxure habló y dijo: “Bonté, eres la mujer más hermosa que he visto en toda mi vida, ¿te quieres casar conmigo?”. La mujer se rió y sonrió, le explicó que no podía y tampoco quería, su amor no podía ser para alguien individual, sino que para toda la gente de “Cité de Dieu”. El hombre no quiso aceptar la negación de la mujer, y se fue rápidamente de la casa, no iba a permitir que se burlaran de él así, la mujer lo siguió para tratar de sosegarlo. En la entrada del pueblo gritó unas palabras e invocó un conjuro que congelaría todo el pueblo hasta que Bonté muriera, luego se fue y nunca más lo vieron. La mujer quedó totalmente sorprendida, y se fue a su casa a dormir, nunca olvidaría tan extraño día.
Los días empezaron a avanzar pero el clima de la pequeña aldea iba cambiando. Los primeros días hacía tanto frío que nadie quiso salir a las plazas a gritar, cantar y reír por miedo a enfermarse. El silencio dominó al lugar. A veces en las noches Bonté cantaba y sus cálidas notas se desplazaban con dificultad hacia la gente. Luego el clima empezó a empeorar y el cielo se enfermó, su color se volvió más pálido, y cayeron sus lagrimas congeladas a la Tierra. En poco tiempo, la aldea estaba cubierta de nieve, los vivos colores empezaron a morir, la gente empezó a perder su tonalidad de pelo y sus ropas se destiñeron a un gris monótono. Bonté no podía soportar ver la situación, tampoco podía creer que un hombre había sido capaz de hacer eso, el único remedio sería hacer un sacrificio para que sus amados amigos pudieran seguir viviendo felices. Preparó un discurso de despedida y lo dijo en la plaza central. Era la primera vez desde la helada que se reunía tanta gente. La mujer se fue a su casa y tomó una poción que la llevaría directo al paraíso, en donde estaría con los Dioses mismos. De a poco a poco, el pelo de la hermosa mujer se empezó a volver blanco, y mientras eso pasaba, toda la aldea era descongelada, los colores revivían, la gente salía a las calles a gritar y llorar de alegría, pero había algo distinto, Bonté ya no estaba con ellos. La noche llegó y la gente se reunió nostálgicamente. De repente, en el cielo oscuro, apareció una gran mancha de color rojo intenso, solamente comparable con la belleza de la fallecida mujer. El pueblo supo de inmediato que esa mancha era ella, y que incluso después de la muerta, ella estaría siempre con la gente de “Cité de Dieu. Desde ese día, en el sur austral de Chile, ocacionalmente aparece una aurora que observa al pueblo que salvó, y si prestan mucha atención, podrán escuchar la voz melódica de Bonté. 


FIN

miércoles, 21 de mayo de 2014

La Muerte de un Escritor

Un pequeño poema de versos libres que escribí en honor al fallecido Gabriel García Márquez:


La muerte de un escritor


La muerte del escritor es distinta
Es la muerte de un gran hombre
Que nos dice cosas sin distancia
Es la muerte de un hombre que no muere

Si hoy ha de partir, mi buen amigo,
Le pido que no se lleve lo mejor,
Que deje sus historia en nuestra puerta
Que deje a sus personajes a nuestra disposición

Sí, le aseguro, vivirá para siempre
Pero de igual forma va a morir
Su cuerpo no es inmortal y nunca lo será
Pero sus letras bañadas en sabiduría, lo son
Y no serán olvidadas,
Ni vivirán cien años de soledad

Sí, la muerte de un poeta también es distinta
Porque también son grandes hombres
No más que el escritor,
y al final, que es este
Sino un vate que trabaja en prosas
La muerte los mata a los dos
Pero también los proyecta
A un futuro fortuito,
Donde vivirán para siempre
Hasta el fin de nuestras conciencias