HELADA
Había una vez, en un rincón austral de Chile, una pequeña
aldea llamada “Cité de Dieu”, donde los intensos colores vivían en todos los
rincones de las casas, e incluso en la personalidad de las personas. El inmenso
cielo fulgurante amparaba al eterno bullicio alegre de la gente, que a veces,
de tanto reír, lloraba. Era entonces la única oportunidad donde el pueblo
conocía las lagrimas.
De todas las personas que vivían ahí, había una conciudadana
que sobresaltaba con su gran altruismo, cariño y humildad. Tenía los ojos tanto
como el pelo de un color rojo tan intenso que podía alumbrar la noche más
oscura. Su nombre era Bonté, y aparte de tan buena mujer ser, también era la
encargada de ordenar la pequeña aldea. Ella
trabajaba arduamente para que los demás conciudadanos no dejaran de ser
alegres.
Fue a principio del Equinoccio de primavera cuando ocurrió
el hecho inaudito. Un hombre llegó al lugar con paso lento y furtivo, y con
tanta vocinglería en el pueblo, nadie se percató de su presencia. Se sorprendió
con la pequeña multitud y decidió pasar el día en el pueblo. En la noche,
cuando solamente los crespos hermosos de la gran mujer radiaban en la oscuridad
y su melódico canto apaciguaba a la gente, Bonté empezó a contar una antigua
historia, que hablaba de hermosos paraísos y grandes héroes. El extranjero
quedó fascinado con la belleza de la mujer, debía de ser la fémina más bella
que había visto en toda su vida. Mientras todos escuchaban la historia con los
ojos cerrados, imaginándose vívidamente todo los sucesos que ocurrían, el
forastero tenía los ojos bien abiertos y su mente cerrada, porque solo le
interesaba ver a Bonté. Cuando la multitud se fue a dormir, el hombre aprovechó
el momento para hablar con Bonté: “Mi nombre es Luxure, ¿cuál es el tuyo?” dijo
el hombre, la mujer lo miró con su usual mirada de bondad y le respondió:
“Bonté”, luego hubo un minuto de silencio en que al hombre no se le ocurrió
nada que decir, y entonces la mujer lo invitó a que la acompañara en el camino
a casa. El hombre aceptó cortésmente pero mantuvo su boca y su oídos cerrados
durante todo el trayecto, no le importaba lo que tuviera que decir, solamente
le importaba su belleza. En el momento que llegaron a la casa de la mujer, esta
invitó un rato al hombre a sentarse frente el fuego y charlar un rato. La mujer
habló sin fin, el hombre no respondía a los mensajes, pero aun así la conversación
seguía, y solamente luego de mucho rato de que las palabras salieran de la boca
de Bonté, Luxure habló y dijo: “Bonté, eres la mujer más hermosa que he visto
en toda mi vida, ¿te quieres casar conmigo?”. La mujer se rió y sonrió, le
explicó que no podía y tampoco quería, su amor no podía ser para alguien
individual, sino que para toda la gente de “Cité de Dieu”. El hombre no quiso
aceptar la negación de la mujer, y se fue rápidamente de la casa, no iba a permitir
que se burlaran de él así, la mujer lo siguió para tratar de sosegarlo. En la
entrada del pueblo gritó unas palabras e invocó un conjuro que congelaría todo
el pueblo hasta que Bonté muriera, luego se fue y nunca más lo vieron. La mujer
quedó totalmente sorprendida, y se fue a su casa a dormir, nunca olvidaría tan
extraño día.
Los días empezaron a avanzar pero el clima de la pequeña
aldea iba cambiando. Los primeros días hacía tanto frío que nadie quiso salir a
las plazas a gritar, cantar y reír por miedo a enfermarse. El silencio dominó
al lugar. A veces en las noches Bonté cantaba y sus cálidas notas se
desplazaban con dificultad hacia la gente. Luego el clima empezó a empeorar y
el cielo se enfermó, su color se volvió más pálido, y cayeron sus lagrimas
congeladas a la Tierra. En poco tiempo, la aldea estaba cubierta de nieve, los
vivos colores empezaron a morir, la gente empezó a perder su tonalidad de pelo
y sus ropas se destiñeron a un gris monótono. Bonté no podía soportar ver la
situación, tampoco podía creer que un hombre había sido capaz de hacer eso, el
único remedio sería hacer un sacrificio para que sus amados amigos pudieran
seguir viviendo felices. Preparó un discurso de despedida y lo dijo en la plaza
central. Era la primera vez desde la helada que se reunía tanta gente. La mujer
se fue a su casa y tomó una poción que la llevaría directo al paraíso, en donde
estaría con los Dioses mismos. De a poco a poco, el pelo de la hermosa mujer se
empezó a volver blanco, y mientras eso pasaba, toda la aldea era descongelada,
los colores revivían, la gente salía a las calles a gritar y llorar de alegría,
pero había algo distinto, Bonté ya no estaba con ellos. La noche llegó y la
gente se reunió nostálgicamente. De repente, en el cielo oscuro, apareció una
gran mancha de color rojo intenso, solamente comparable con la belleza de la
fallecida mujer. El pueblo supo de inmediato que esa mancha era ella, y que
incluso después de la muerta, ella estaría siempre con la gente de “Cité de
Dieu. Desde ese día, en el sur austral de Chile, ocacionalmente aparece una
aurora que observa al pueblo que salvó, y si prestan mucha atención, podrán
escuchar la voz melódica de Bonté.
FIN